Una noche Edgar regresaba con su familia a su casa. Venían charlando de las compras que habían hecho, de la cantidad de gente que había y de si Marisa iba a cocinar los mariscos chilenos que compraron o el arroz italiano. Se notaba que luego de la larga y exausta compra de provisiones, la familia estaba hambrienta, por eso papá Edgar aceleraba su auto con el fin de llegar lo antes posible. De repente, a dos cuadras de su casa, Edgar tuvo que frenar el auto porque un carro de botellero, estacionado junto a un volquete, atravesaba la calzada e impedía el paso de la familia. Como no veía a nadie Edgar empezó a tocar de manera desesperada la bocina. Tocaba y tocaba y el carro no se movía. Mamá Marisa al ver que los ruidos no surtían efecto comenzó a insultar al pobre caballo -pensando que este equino entendería el apuro y el hambre que tenían y se corriera- que con la poca fuerza que le quedaba trataba de arrancar un pedazo de yuyo que caia desde el cordón. Su marido, mientras tanto, se bajó del auto maldiciendo y gritando aún más, cuando en ese preciso instante se asoma desde el volquete un nene de 12 años (no más), que masticando un pan seco les pide disculpas, se sube al carro y le quita al pobre caballo la posibilidad de arrancar el yuyo colgado del cordón.
1 comentario:
La brecha cada vez es mas grande.
Mauro.
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