Eran diez amigos. Todas las tardes después de comer empezaba la ronda para ir a buscar, casa por casa y uno por uno, a todos. "¿Salís!", era la palabra clave, breve y fuerte, que se hacía para ir delineando la tarde, nada estaba planificado y pocas veces alguna empresa interfería en la juntada, era simplemente salir y juntarse para pasar el día.
Gustavo, quien comenzaba siempre esa ronda basaba su itinerario de acuerdo a que timbre estaba más cerca de su casa. La estrategia de el era que los demás se encargan de ir a buscar a aquellos que vivían más lejos... simplemente a Gustavo le gustaba dar órdenes. Siempre se dirigía a la casa de esquina porque quedaba a dos veredas de su casa, la búsqueda comenzaba a las dos de la tarde y no duraba más de veinte minutos. Una vez reunidos todos los amigos del barrio se elegía a dos para que hagan la pisadita y así elejir los equipos y jugar a la pelota, solamente cuando no eran al menos ocho la machacadura de dedos se evitaba y se buscaba algún equipo de cualquier barrio lindero.
Cuando estas opciones fallaban, una mortadela o un 25 siempre terminaban salvando la tarde, eso sí, si justo esa tarde estaban las chicas el partido pasaba a un segundo plano y, (salvo que un milagro hiciera que las mujeres acepten jugar un mezcladito) la actividad del día sería andar en bicicleta por el barrio. Todas estas decisiones u organizaciones pasaban generalmente por Gustavo. Era el eje que unía a los otros nueve y su ausencia se notaba cuando por estudio o vacaciones desaparecia por, al menos, quince días. Este lugar, esta posición clave dentro del grupo lo hacía feliz ya que cuando era el más chico del grupo le tocó ver como todos hacían lo que el mas grande quería, y ahora él (que siempre soño con ese puesto) ya estaba lo suficentemente grandulón para ocupar ese lugar y la tomaba con orgullo y alegría. Fueron años de tardes soleadas y lluviosas que llenaron de juegos, vivencias, pelota, mugre y calle a Gustavo y sus amigos.
Fue una infacia bien disfrutada por todos, especialmente por el líder del grupo que hoy, a días de dar pegar el gran vuelco de su vida, lo reconforta y le infla el pecho llenandolo de emoción. Siempre dice: "en el barrio no se cocina nada más que las amistades", es que el dió, en esa gran fabrica de personas, los golpes de horno fundamentales para crecer y dar los saltos de maduración, pasó de ser nene a pibe y de pibe a señor.
Lo cierto es que a Gustavo le pasó algo fuera de lo común hace apenas una semana. Se juntó con sus amigos para festejar su despedida... de soltero. En plena noche, cuando el alcohol y la stripper habían calado profundo, algo lo inundó de tristeza y dolor, siguió como si nada (o eso intentó), no hizo comentario alguno y pasó la noche de la mejor manera. Faltaba poco para el casamiento, pero antes él tenía que saber el porqué de esa congoja y rapidamente se dió cuenta de que el casamiento no era el motivo, tampoco la decisión acerca de donde pasar la luna de miel, mucho menos el hecho de vivir los primeros dos meses con los suegros a la espera de la finalización de la casa.
Decidió, entonces, volver a las fuentes, al origen de esa sensación, a esa despedida. Fue una noche con sus amigos, y quizás en ellos tenía que encontrar la respuesta. No había problemas existenciales con ninguno de ellos y la relación con todos era transparente y segura. Pensó que recordando su infacia con ellos podría encontrar algo pendiente, algo que quedó en el tintero. Analizó, reflexionó y recordó todos esos años mozos, emborrachandose en melancolía. Nada estaba mal, algunos fuertes recuerdos se le vinieron con fuerza, como aquel del día de su primer beso, cuando se besó a la chica mas fulera de toda la cuadra y sus amigos se lo recordaron con dos hermosos y llamativos pasacalles de letras flúo, uno en la puerta de su casa y otro en el de la chica, para su cumpleaños número quince. Tuvo, también, esa ráfaga anécdotas que atraviesan la cabeza como un haz de luz y recuerdan un año completo en un segundo.
Todos esos momentos eran de alegría, unión y despreocupación. Llegó a la conclusión, luego de tanto analisis, de que no existía un origen genuino en esa tristeza, entendió que lo abordó de la nada y que de la nada se iría. No seguiría mortificándose, se cansó. No había conclusión, por lo tanto el tema quedaba cerrado. Salvo el simple y devastador hecho de que quería ser niño nuevamente.
Gustavo, quien comenzaba siempre esa ronda basaba su itinerario de acuerdo a que timbre estaba más cerca de su casa. La estrategia de el era que los demás se encargan de ir a buscar a aquellos que vivían más lejos... simplemente a Gustavo le gustaba dar órdenes. Siempre se dirigía a la casa de esquina porque quedaba a dos veredas de su casa, la búsqueda comenzaba a las dos de la tarde y no duraba más de veinte minutos. Una vez reunidos todos los amigos del barrio se elegía a dos para que hagan la pisadita y así elejir los equipos y jugar a la pelota, solamente cuando no eran al menos ocho la machacadura de dedos se evitaba y se buscaba algún equipo de cualquier barrio lindero.
Cuando estas opciones fallaban, una mortadela o un 25 siempre terminaban salvando la tarde, eso sí, si justo esa tarde estaban las chicas el partido pasaba a un segundo plano y, (salvo que un milagro hiciera que las mujeres acepten jugar un mezcladito) la actividad del día sería andar en bicicleta por el barrio. Todas estas decisiones u organizaciones pasaban generalmente por Gustavo. Era el eje que unía a los otros nueve y su ausencia se notaba cuando por estudio o vacaciones desaparecia por, al menos, quince días. Este lugar, esta posición clave dentro del grupo lo hacía feliz ya que cuando era el más chico del grupo le tocó ver como todos hacían lo que el mas grande quería, y ahora él (que siempre soño con ese puesto) ya estaba lo suficentemente grandulón para ocupar ese lugar y la tomaba con orgullo y alegría. Fueron años de tardes soleadas y lluviosas que llenaron de juegos, vivencias, pelota, mugre y calle a Gustavo y sus amigos.
Fue una infacia bien disfrutada por todos, especialmente por el líder del grupo que hoy, a días de dar pegar el gran vuelco de su vida, lo reconforta y le infla el pecho llenandolo de emoción. Siempre dice: "en el barrio no se cocina nada más que las amistades", es que el dió, en esa gran fabrica de personas, los golpes de horno fundamentales para crecer y dar los saltos de maduración, pasó de ser nene a pibe y de pibe a señor.
Lo cierto es que a Gustavo le pasó algo fuera de lo común hace apenas una semana. Se juntó con sus amigos para festejar su despedida... de soltero. En plena noche, cuando el alcohol y la stripper habían calado profundo, algo lo inundó de tristeza y dolor, siguió como si nada (o eso intentó), no hizo comentario alguno y pasó la noche de la mejor manera. Faltaba poco para el casamiento, pero antes él tenía que saber el porqué de esa congoja y rapidamente se dió cuenta de que el casamiento no era el motivo, tampoco la decisión acerca de donde pasar la luna de miel, mucho menos el hecho de vivir los primeros dos meses con los suegros a la espera de la finalización de la casa.
Decidió, entonces, volver a las fuentes, al origen de esa sensación, a esa despedida. Fue una noche con sus amigos, y quizás en ellos tenía que encontrar la respuesta. No había problemas existenciales con ninguno de ellos y la relación con todos era transparente y segura. Pensó que recordando su infacia con ellos podría encontrar algo pendiente, algo que quedó en el tintero. Analizó, reflexionó y recordó todos esos años mozos, emborrachandose en melancolía. Nada estaba mal, algunos fuertes recuerdos se le vinieron con fuerza, como aquel del día de su primer beso, cuando se besó a la chica mas fulera de toda la cuadra y sus amigos se lo recordaron con dos hermosos y llamativos pasacalles de letras flúo, uno en la puerta de su casa y otro en el de la chica, para su cumpleaños número quince. Tuvo, también, esa ráfaga anécdotas que atraviesan la cabeza como un haz de luz y recuerdan un año completo en un segundo.
Todos esos momentos eran de alegría, unión y despreocupación. Llegó a la conclusión, luego de tanto analisis, de que no existía un origen genuino en esa tristeza, entendió que lo abordó de la nada y que de la nada se iría. No seguiría mortificándose, se cansó. No había conclusión, por lo tanto el tema quedaba cerrado. Salvo el simple y devastador hecho de que quería ser niño nuevamente.
1 comentario:
Buenísimo!!!!
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