No era la primera vez que a Francisco le revoloteaba la idea por la cabeza. Sabía que iba a estar solo ya que su mujer, como todas las noches, estaba trabajando. Quería hacerlo de una buena vez y sacarse todo tipo de dudas. Había soportado varios años semejante martirio.
Francisco siempre fue de mantener cierta distancia entre sus obligaciones y la de su mujer. Nunca, en los 2 años que llevaba Carla trabajando, fue a buscarla o sorprenderla a la salida. El creía que era su espacio y que era mejor que haya algunas libertades. Era tarde, estaba aburrido y la idea le rebotaba cual pelota pulpa contra pared de calle sin parar. Sentía que le latía la cabeza, las palpitaciones aumentaban, estaba tenso... duro. Comío y ya no tenía más que irse a dormir. Intentó, aunque no pudo. Pensaba y pensaba sin parar. Se levantó y recostó sobre el sofá marrón café que le habían regalado para el casamiento. Más recuerdos y latídos tenía ahí. Y todo ese ir y venir en su cabeza se transformó en una tortura. Un latigazo mental que no podía aguantar.
Faltaban cuatro horas para que Carla regresa y Francisco sabía que tenía tiempo. El lugar quedaba cerca y como primer medida para arrancar fue hasta el cajón de su mesa de luz y se fijo si tenía lo que hacía falta. Caminó lentamente como queriendo que los ocho pasos que separar el living de la habitación consumieran los minutos hasta completar las cuatro horas. Daba un paso a la vez y respiraba hondo por la boca. Llegó al dormitorio, miró fijo el reloj y los sacó del cajón. Dos por las dudas. Observó de vuelta el reloj -ni dos minutos pasaron- y una gruesa gota de sudor mojó sus manos. Se puso un saco y salió.
Por precaución prefirió ir caminando, eran quince minutos a pie. Se le hicieron interminables, traspiraba y hablaba -ya no pensaba a esa altura- en voz baja de cómo lo iba a hacer, de las maneras, las formas, dónde, si sería rápido o no. Tenía miedo. Dio al fin con el lugar, una pequeña luz tenue indicaba la puerta de entrada. Entró despacio, asegurandose de que nadie lo viera. Ya era hora, antes de correr la cortina que daba al hall de entrada, vio que los afiches en la pared del cabaret anunciabas que la bailaba (y atendía) esa noche... era su mujer.
Francisco siempre fue de mantener cierta distancia entre sus obligaciones y la de su mujer. Nunca, en los 2 años que llevaba Carla trabajando, fue a buscarla o sorprenderla a la salida. El creía que era su espacio y que era mejor que haya algunas libertades. Era tarde, estaba aburrido y la idea le rebotaba cual pelota pulpa contra pared de calle sin parar. Sentía que le latía la cabeza, las palpitaciones aumentaban, estaba tenso... duro. Comío y ya no tenía más que irse a dormir. Intentó, aunque no pudo. Pensaba y pensaba sin parar. Se levantó y recostó sobre el sofá marrón café que le habían regalado para el casamiento. Más recuerdos y latídos tenía ahí. Y todo ese ir y venir en su cabeza se transformó en una tortura. Un latigazo mental que no podía aguantar.
Faltaban cuatro horas para que Carla regresa y Francisco sabía que tenía tiempo. El lugar quedaba cerca y como primer medida para arrancar fue hasta el cajón de su mesa de luz y se fijo si tenía lo que hacía falta. Caminó lentamente como queriendo que los ocho pasos que separar el living de la habitación consumieran los minutos hasta completar las cuatro horas. Daba un paso a la vez y respiraba hondo por la boca. Llegó al dormitorio, miró fijo el reloj y los sacó del cajón. Dos por las dudas. Observó de vuelta el reloj -ni dos minutos pasaron- y una gruesa gota de sudor mojó sus manos. Se puso un saco y salió.
Por precaución prefirió ir caminando, eran quince minutos a pie. Se le hicieron interminables, traspiraba y hablaba -ya no pensaba a esa altura- en voz baja de cómo lo iba a hacer, de las maneras, las formas, dónde, si sería rápido o no. Tenía miedo. Dio al fin con el lugar, una pequeña luz tenue indicaba la puerta de entrada. Entró despacio, asegurandose de que nadie lo viera. Ya era hora, antes de correr la cortina que daba al hall de entrada, vio que los afiches en la pared del cabaret anunciabas que la bailaba (y atendía) esa noche... era su mujer.
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