8.10.09

La ciudad de los mancos

"Sr. Conductor: ¡Peligro!, ¡no baje nunca su ventanilla!", implora un anuncio rojo vivo escrito a mano, de manera muy precaria, que está al costado de la entrada a la ciudad. Aminoró su marcha por unos segundos, releyó el letrero y luego de esbozar una mueca algo graciosa, ingresó a su destino. Comenzó su paseo y, a pesar de no tener apuro -era sábado feriado-, circulaba por la ciudad de manera un tanto acelerada.
A los pocos minutos vió un chico con un brazo menos, lo miró como quien mira algo que no tiene importancia, pero sí le dio mayor atención, cuando a las pocas cuadras un grupo de tres personas -lisiadas- iba caminado por la avenida principal. Le resultó tragicómico y a la vez morboso esa escena que acaba de presenciar, se rió apenas y siguió con su veloz paseo. Al rato vió un canillita ofreciendo el matutino local que también era manco y el colmo se cumplió cuando al entrar a un restaurant a almorzar, dos mesas (una de dos y otra de cinco) estaba llena de mutilados del brazo. Comió con un nudo en la garganta y al salir la situación lo sobrepasó, al tener que darle una moneda al cuidacoches, que, también, era manco.
Ya todo era muy raro y decidió suspender su visita para averiguar porque esa urbe estaba estaba llena media mangas. Mientras pensaba cómo y dónde preguntar, notó que todos los que vió eran hombres y todos tenían cortados el brazo izquierdo a la altura del codo. El análisis era el siguiente: a los lesionados les sobresalía una puntita de lo que les quedaba de extremidad. Ese detalle denotaba que los cortes habían sido realizados desde arriba hacia abajo.
Tardó en definirse, sabía de la fama, intolerante e irrespetuosa, que poseían aquellos habitantes. Al final decidió ir a un bar a tomar algo y tratar de que, charla de por medio, el mozo le aclarara un poco el panorama. Al pedir la cuenta, pidió también la tan ansiada explicación. El camamero le contó que todos aquellos lisiados perdieron su preciado brazo, manejando y en su mayoría, a la noche. Dudó de esa explicación (a decir verdad, era bastante increíble) y luego de unos minutos se tranquilizó y quitó importancia al asunto. Retomó su placentera visita y ya casi terminando su recorrida, y antes de emprender su regreso, se dirigió a la avenida principal para apreciarla de noche y ver esa vía alumbrada por esos atractivos faroles de época negros.
El calor seguía insoportable y el aire acondicionado ya empezaba a dejar secuelas en su garganta. Bajó -por primera vez- la ventanilla, se relajó y mientras disminuia -también por primera vez- la marcha de su coche, dejó caer su brazo por la ventana. Estaba disfrutando, era como estar solo, en medio del desierto. El aire caliente se mezclaba con la brisa noctura y sacudían su cabello refrescando tanto a el como a su auto.
De repente sintió un zumbido atroz y veloz, como si una espada hubiese cortado un paño de seda. Lo abordó un inmenso dolor y había sangre por todos lados. Quiso limpiarse la cara, pero al querer hacerlo no pudo... se miró y se dio cuenta de que no tenía su brazo izquierdo. Se desvanecía de tanto dolor, intentó frenar el auto y al hacerlo escuchó desde otro vehículo un grito inaudito: "¡Hijo de puta!, si vas despacio, ¡andá por la derecha!".

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