Esperaba su llamada como todos los días, a la misma hora y sentado en el mismo lugar. Había pasado la tormenta y ya más calmo, quería hablar con ella. Soñé toda la noche con su perfume. Viajábamos rumbo a ninguna parte. Su perfume inundaba todo mi alrededor, sus ojos, oscuros como la tierra recién mojada por el rocío de la mañana, se hundian en mi ser. Acariciaba su piel, suave y con un leve rubor, que la hacía infinita, eterna e intocable al mismo tiempo. Viajábamos y no importaba a que lugar. Una lágrima cayó sobre mi pierna y esbozó una sonrisa que me hizo temblar. Me dijo que se quedaría para siempre. Acerqué mi boca para besarla y de repente se esfumó, se escapó del sueño... sonó el teléfono. Aún calmo, respondí y al escuchar su voz, me di cuenta de que todo había sido un sueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario