8.7.10

El llevador de alegrías

Si me preguntan de que trabajo respondo: "De llevador, señor". ¿Llevador?, sí, aunque no me lo reconozcan, es mejor que cartero. Cartero... ¡¡¡cartero!!!. Cartero es el macho de la cartera, y la cartera no lleva alegrías. Mucho menos ilusiones y tampoco llantos. Llevador señoras y señores. Y me niego a llevar tristezas. Aunque no lo puedo evitar. Es así la vida y hay que tomarla como tal. Por eso llevo, llevo alegrías, ilusiones, sueños, esperanzas, y todo lo que una mano escribe. No cuento la tristeza y la amargura, mucho menos el dolor o la pena. Aquellas se meten sin que me de cuenta en mi bolso y no pesan, por eso no me doy cuenta., y se guardan el peso para el que la recibe. Por eso duelen tanto. Si, aunque sea, en mi bicicleta podría sacarmelas, por lo menos, alivianarlas. Pero no. Llevo, nunca traigo.
La culpa la tiene la bicicleta. Desde chico veía esas dos ruedas inglesas, con esa finura que tiene su cuadro y volante y me imaginaba lo que sería pedalearla por los empedrados de mi calle. Sabía que el asiento era mullido porque una vez mi padre me sentó y me dió dos vueltas por el patio. La bici era grande para el patio, con dos vueltas ponía en peligro las macetas de mamá. Así conocí la bicicleta, y cuando me hice grande busqué aquel trabajo que me podría dar ese placer. Llevador, señoras y señores. No cartero.

Me postulé en el correo del barrio y a los quince días quedé. La idea de llevar esas cartas con miles de historias a un montón de gente me hacía feliz. Siempre le miro los ojos al destinatario. Lo primero que hace es una mueca de tranquilidad, al segundo, según el remitente los ojos describen su ánimo. Si la carta es esperada, parecen achinarse y se pegan a la sonrisa. La gente lo agradece a uno como si fuera el culpable de esa montaña de alegría. Sí, por ejemplo, el sobre guarda alguna noticia no esperada, aunque feliz en su  finalidad, directamente la boca parece temblar. No llevo tristezas, por eso no cuento lo que pasa. Sólo diré que los sobres vienen manchados con lágrimas desde el vamos. 
A mi me gusta llevar, no escribo. No sé. Lo que hago es coleccionar las estampillas. Cuando entrego alegrías o buenas noticias algunos me quieren dar monedas a cambio. Se las cambio por la estampilla. Llevo en mi traje una pequeña espátula de untar manteca, le hice un pequeño filo y con eso las saco enteritas. Impecables señoras y señores. Ya tengo más de mil estampillas. La gente es generosa, en las primeras épocas he llegado a recolectar hasta una estampilla cada dos sobres. Hoy es difícil.
Ser llevador no es para cualquiera. Es como el jinete. Tiene que tener una comunión con su compañera de trabajo, que vendría a ser la bicicleta. Es la unión de la máquina con el hombre. Porque cuando hay que llegar, hay que llegar, y a veces los tiempos no dan, por eso ahí entra en juego la bicicleta. Te ayuda a que el pedaleo sea liviano y rápido. Y las ruedas parecen volar. A veces no me esfuerzo tanto, es como si supiera que llevo buenas nuevas. Nos gusta. 
Hace años que soy llevador. Como les decía es muy lindo ver los rostros de los recibidores, como yo les digo. Es placentero ayudar a la gente, porque ojo, yo creo que los ayudo. Una carta resume todo lo lindo de esta vida. Viene en un sobre hermoso, con estampillas coloridas y en un perfecto estado. ¡Ah, sí!, cada carta la cuido como si fueran escritas por mi. Sólo que yo no escribo señoras y señores. Algún día aprenderé, espero. Les decía que es hermoso ver esas risas o saltos cuando la carta se abre y desparrama tinta jubilosa por la puerta primero, y por la casa después.
Soy llevador de cartas. No cartero de malas noticias. No cuento esas cosas, aunque a veces, cuando no hay muecas, me quedo unos minutos tras la ventana y veo que al abrirse el sobre, la gente llora o busca un abrazo. Desconsolado sigo mi labor cuando veo eso. Es triste, me da escalofríos.
Hoy ya no es lo mismo. Llévo, sí. Pero no cartas. La gente ya no escribe, parece que se olvidaron. Que raro, porque yo no me olvidé de pedalear. Y la vida es así. La gente no goza con las cartas... buscan diversión en otras cosas. Pero si las cartas son divertidas. Yo llevo señoras y señores, soy un llevador. Y hoy me llego una carta a mi. No se escribir pero se leer. El sobre tiene una sola estampilla, es opaca, fea y rústica. Está todo escrito en computadora, no hay una mano ahí. No se que hacer, porque se leer y no escribir. Y lo que leo no es agradable. Yo nací para pedalear y ayudar a la gente. Y no quiero seguir leyendo lo que la computadora escribió. Soy un llevador y me da miedo abrir el sobre, más porque dice cosas feas, a nadie le gusta leer un telegrama de despido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenisimo! Muy bueno como mantenes al lector hasta dar la puntada final. Lo note en varios cuentos.

Siga siga!

Maurito